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Un Dios real

  • Claudia Dorado
  • 3 jul 2017
  • 2 Min. de lectura

Yo nací en un hogar adventista. A medida que fui creciendo comencé a involucrarme más y más en las actividades de la iglesia. Amaba a Dios con todo mi corazón y nadie tenía que explicarme por qué tenía que amarlo, yo, simplemente lo quería porque sabía lo había hecho por mí. Todo estaba bien hasta que llegué a la etapa de la adolescencia. Durante esa etapa, cuando tenía unos 13 o 14 años, en mi mente comenzaron a surgir muchas preguntas acerca de Dios. ¿Escuchará Dios mis oraciones? ¿Será que Dios puede hablar conmigo como lo hacía con algunos personajes en las historias que leía? ¿Dios realmente me cuida? Y muchas otras preguntas de ese tipo vinieron a mi mente, preguntas que jamás pensé que tendría.

Todas esas preguntas siguieron en mi mente. Pero en su mayoría fueron contestadas, no a través de un escrito, sino en una ocasión que pasó a ser una de las más importantes para mi vida espiritual.

Estaba en Maracaibo, de vacaciones con mi familia, en la casa de mi abuela a quien llamamos "madre". Ya era de noche y yo, recostada en la cama, veía una película con mi prima hasta que la madre nos llamó porque debíamos salir (no recuerdo el motivo de la salida).

Casi estaba dentro del carro, cuando me di cuenta que algo se me olvidaba. Corrí a la casa y entré al cuarto, donde buscaría lo que se me había quedado, me dirigí a la cama y me agaché para revisar debajo de la misma.

AQUÍ ME DETENGO PARA EXPLICARLES UN DETALLE. Una lado de la cama estaba contra la pared, del otro lado se encontraba la puerta -que era bastante pesada, por cierto- de un clóset que luego debían arreglar.

CONTINÚO CON LA HISTORIA

Mientras revisaba debajo de la cama, SENTÍ UNA VOZ MUY CLARA EN MI MENTE, que dijo: ¡Cuidado, la puerta puede caerse!. Instantáneamente mi brazo izquierdo se levantó como para detener la puerta por si se caía y ¡¿qué creen?! la puerta se me vino encima pero ya mi brazo estaba preparado para recibir el peso de la misma.

Regresé la puerta a su lugar y le agradecí a Dios por darme la advertencia.

Ese día puede aclarar muchas dudas que tenía.

Llegué a la conclusión de que:

  1. Dios existe, no es un mito, ES UNA REALIDAD.

  2. El amor que Dios tiene por nosotros es infinito.

  3. Satanás quiere destruirnos, no había razón alguna por la que esa puerta debiera caerse. Sí, Satanás quiera acabar con nosotros, pero tenemos un Dios que es más poderoso que el enemigo, él puede salvarnos y librarnos de todo mal.

  4. Mi Señor es misericordioso. Aunque dudé de su protección e inclusive de su existencia él dio respuesta a mis dudas y perdonó mi pecado.

Confiemos en Dios, PORQUE ÉL ES UN DIOS REAL.

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